31.10.11

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Hay una manera satánica que tiene mi boca de salivar cuando tengo pena. Se pone amarga, asquerosa, como si mis enzimas fueran venenosas, y su sabor fuera un intento de mi cuerpo para que yo deje de ser ese organismo desesperado que me hace amarga.

Por eso pienso que cuando tengo pena, y estoy llorando, con la carita roja y los ojos caídos, también tengo mal aliento. Es una defensa de mi inconsciente: me incomoda hablarte, decirte exactamente lo que siento, porque me da lata que sientas mi mal olor.

Hace suficientes años atrás, estuve enamorada por primera vez. Yo sabía que estaba enamorada antes incluso de darle un beso. Porque a los 17 se pueden sentir esas cosas, el cuerpo no te sabotea, te apaña, abraza cada sensación porque es temerario en su ignorancia. El dolor se aprende después y ahí viene la amargura en la garganta que te protege de momentos como el que voy a contar ahora.

Tomé harto un día, llevábamos tres días juntos, pololeando en la playa. Tomé harto. Ese día. Y lo amaba con una intensidad espeluznante. Así que me senté en su regazo, lo abracé, y naturalmente le dije "Te amo". Espontáneamente, saben, porque lo rico de tener 17 es que uno no sabe todavía sobre las consecuencias de ser sincero sobre lo que se tiene adentro. Me contestó: "dame un tiempo, y yo también te voy a amar".
No era la respuesta que estaba buscando. Pero en ese momento, con el alcohol en el cuerpo, no le di tampoco mayor importancia. Para mí, se trataba de lo que estaba sintiendo yo, porque lo amaba con tal locura que no se me había pasado por la cabeza que la respuesta de un te amo debe ser "yo también te amo". Para mí era, simplemente, una entrega.
A la mañana siguiente tenía sabor a cerveza en la boca. Cerveza seca, del día anterior, de caña veraniega, enero. Abrí los ojos y vi que él estaba despierto. Mirando hacia el techo, con las manos en la nuca. Terminamos tres días después. Estaba confundido, me dijo, porque creía que nunca me podría amar. Que lo que yo sentía era mucho, era muy importante, que me merecía un hombre mejor, que él sólo podía entregarme amor de amigo, no de amante. Lo vi llorar y escuchar el tema "La sangre en el cuerpo" de Los Tres durante todos esos días como si fuera un mantra (entiéndase que cuando cantan "la vi de reojo cuando estaba por soltar, lo más bello en su alma, ahora no puedes abandonar. Con su alma en silencio la enterré en el jardín cubierta de flores la deje en el rincón desde donde nunca ella debió salir", se refiere a que perdí la virginidad con él y se siente mala persona por querer terminar conmigo). Era tan obvio en la intensidad de su cara cuando escuchaba la letra, que iba a terminar conmigo..... el sabor a cerveza se me quedó pegado para siempre. El sabor a caña. La anticipación, conocer tan bien a alguien que sabes que te va a romper el corazón pero sigues igual adelante.

Terminamos. Volvimos un mes después y estuvimos dos años juntos, pero esa es otra historia.

Ahora que tengo 24, mis encimas se acuerdan de lo doloroso que es el rechazo, que te digan que no te aman, que la entrega sea unilateral. El abandono, la incomprensión, la frustración, las lágrimas. Y entonces la boca se me pone amarga mientras lloro, y mi aliento grita aléjate de mí porque soy hedionda, porque amarte me da resaca, me pone la saliva con sabor a cerveza de ayer, me fermentas las entrañas. Lo que mi cerebro quiere con este proceso es hacerme callar, es que no vuelva a decirle a nadie que estoy enamorada, que el amor se me muera en la garganta porque no vale la pena decirlo, porque cuando se ama, con pasión y enfermedad, la gente se aleja, se asusta, se siente responsable de responder con algo. Que el amor, cuando aparece, debe ser sólo para que lo sienta y disfrute uno.

Soñé que sostenía la boca abierta de un león, y que sus dientes me rajaban la yema de los dedos, y que salía corriendo. Y cuando me desperté seguía igual de sola que ayer. Las cosas no han cambiado.

19.3.11

Lo que siento

Soy todos los santos.

Calle 13, Latinoamérica.


Me acuerdo una vez que un amigo, en estado psicótico, me dijo que quería abandonar a alguien camino al Sol. Así, tal cuál: convencerlo de que el camino sería lo mejor de su vida, y una vez llegado allá, hacia donde la luz era inevitable, pedirle que se bajara del transporte, para luego seguir el camino sin ningún drama en abandonarlo a mitad del recorrido.

Mi amigo estaba loco. Estaba en una clínica. Estaba loco.

La mandíbula me pesa, mientras espero a que Comandante Oso me venga a resucitar de este letargo alcoholico. Entonces pienso en cosas que he dicho...

Por ejemplo: "no quiero dejar de quererlo". La idiotez más linda que se me ha escapado. Ya sabes, el amor, en su dulzura, me llena de satisfacciones. Aún cuando no se logra, aún cuando no es correspondido. El cariño es una plenitud que me hace grande y egoísta: el placer de sentir algo intenso, inamovible, que puede traspasar a otros aún cuando no a ese mismo... me encanta. Y si no es correspendido, tal vez mejor, porque me da para tomar más cerveza y quejarme y sentir más intenso de lo que sentía antes de sentir.

Al final, ¿para qué sirvo sino para esto?

Pienso en las infinitas posibilidades. Pienso en cómo este momento podría haber cambiado dependiendo de los últimos días. En el desarrollarse de las horas, en el despliegue de sentimientos, en el orden de las cosas. Tan azaroso. Si no estuviera donde estoy, estaría probablemente haciendo el amor sentada en un auto estacionado en un callejón oscuro de... no sé, ¿Bellavista?
En cambio estoy acá, sonriendo de mi desamor, sonriendo porque la valentía que me inspiró hace más que quejarse después de no obtener lo querido. Incluso el contrario: mi coraje quiere encontrar otra víctima, quizás yo misma. Mi corazón quiere tratarse a sí mismo después del todo, quiere ponerse a prueba y encontrar otras escapatorias, otros corazónes, quiere querer y agrandarse hasta conquistar el mundo.

Me encanta querer, me hace sentir bien. El amor... en cualquiera de sus capas, me hace eterna.

¿Qué más puedo decir?

Soñé que era Kate Winslet, o era Rose, en el Titanic. Y que naufragabamos en medio del atlántico. Soñé que nos ahogábamos y hacía frío. A mi lado Jack agonizaba de frío, y yo tiritaba pero me mantenía.... Soñé que Jack moría a mi lado, y yo sentía su espasmo. Me sumergía en el agua tétrica y lo buscaba, antes de que se hundiera, para hacerle respiración boca a boca. Me llenaba del agua helada que se había tragado y la escupía, lo hacía resucitar. Él vivía, y un barco nos venía salvar y nos íbamos a vivir a Valparaíso. Allá teníamos una vida nueva.

Señores, en mi corazón yo no cometí ningún crimen. En el jardín yo no sembré ninguna mentira. Lo que pasa, ahora que se me enturbian los ojos, es la pura verdad.

¿Juguemos a encontrarle sentido?


19.1.11

Leer el Tarot a Bereberes

Salimos a las 7 de la mañana en un land rover a recorrer el sur de Marruecos camino al Sahara, en una expedición que nos llevaría a través de las montañas hacia unos camellos y finalmente a reposar el viaje en un campamento de carpas árabes en medio de la nada.

Era lindo todo, pero siempre sentí que nos estaban metiendo el dedo en la boca; eso pasa constantemente en Marruecos: la poca regulación, la falta de boletas o taxímetros o precios fijos, termina generando desconfianza en el turista que se ve forzado a regatear todo, desde el precio del viaje en auto hasta el de la foto que le tomaste por curiosidad a unos bailarines en la plaza. En realidad, Marrakesh es una mierda de ciudad. Están todos hiperventilados porque les sueltes unas monedas, te persiguen por eso. Los vehiculos son más importantes que el peaton, por lo que ves motos paseándose por pasillos estrechos y a los marroquies pidiendoles perdón por no haberse echo a un lado para dejarlos pasar. Es un chiste. Pero bueno... lo que no me gustó Marrakesh se compensa con la hermosura del resto de Marruecos, y el modo de ser de la gente fuera de la ciudad.

Los berveres son el pueblo originario que se encontraba en Marruecos antes de la llegada de los musulmanos o los franceses o los españoles, o que se yo, Dios mismo. Un grupo de 7 nos estaba esperando con los camellos amarrados y dispuestos para llevarnos al campamento. Éramos unos 15 turistas, donde se contaban españoles, brasileros, una argentina, una chilena y nosotros 3, además de un par de eslovacos que no cachaban nada porque el resto todos hablábamos en español.

*Andar en camello es doloroso, o al menos lo fue después de 8 horas en 4x4. El movimiento te obliga a contraer los músculos todo el tiempo, y al rato el sube y baja o te excita si eres enfermito, o te empieza a revolver el estómago. Pero los camellos son bacanes. Hediondos, pero con cara tierna de que no cachan nada y ni les importa que estís encima de ellos.

Cuando llegamos, los bereveres, que tenían entre 20 y 23 años, nos sirvieron té en nuestra carpa (por alguna razón quedamos los 3 solos en una carpa para 8 personas. Eso nos apartó del resto de los turirstas, pero nos acercó a los bereveres que compartieron más con nosotros que con el resto). Intentamos comunicarnos y lo logramos mezclando inglés con francés y un poquito de español. Lo hacáimos bastante bien, y cuando no podíamos encontrar una palabra, el seba sacaba su libreta y dibujaba el concepto. Como un Pictograma du Mundi.

Ellos son exactamente como te imaginarías que son los árabes más autóctonos: con sus pañuelos en la cabeza y sus túnicas, sus pestañas largas y la piel tostada. Las manos ásperas y los ojos claros. No azules ni verdes, pero un café lindo, como pardo. Se reían harto, lo pasaban bien. Todos hablan árabe y berevere, y aplican chamullo al francés. El resto lo han aprendido trabajando con turistas.

Cuando ya íbamos por la tercera taza de té, se me ocurrió sacar el tarot para mostrarles las cartas, a ver si reconocían alguna. En realidad, quería también saber si es que ellos tenían alguna forma de lectura parecida, más allá del té. Uno de ellos, Yuseff, me dijo que su hermana leía una carta grande, que la sacaba por persona, pero qe lo hacía sólo para miembros de su familia. Eso fue lindo. Él se ponía el Tarot en el corazón.

Cuando les pasé las cartas, lo primero que les llamó la atención fueron los dibujos desnudos. Por ahí La Estrella y El Diablo, El Mundo también; se reían y se las iban pasando. A Yuseff le gustó la luna, creo que por el lobo que hay en mi baraja, pero en general la primera conexión con el Tarot fue super visceral. Me preguntaron cómo se leía y les expliqué. En un principio eran sólo 4, luego, a medida que se scuchaban las risas, llegaron más, hasta completar los 7 bereveres, todos dentro de nuestra carpa, fumando, tomando té, e inclinados hacia mí con las cartas en el suelo. Le leí el tarot a los 4 que nos acompañaron desde el principio.

Fue extraño porque antes de leer las cartas tuve que tomar una decisión: entre las dificultades del idioma, y las diferencias en nuestras culturas, ¿qué podía decirles? Si les hablaba de las espadas, del conocimiento, del intelecto, de la fuerza mental, ¿entenderían lo que les quería decir? Y cómo aproximaba los significados a su realidad? No sé si habré echo lo apropiado para la situación -tampoco sé si alguien puede realmente aconsejar lo “correcto” -el caso es que decidí olvidarme un poco de lo preciso, para guiarme más por los dibujos que tanto les llamaron la atención e ir aplicando de manera arquetipica cada carta. Por ejemplo, cuando ellos vieron por primera vez al Rey de Oro, dijeron “Principe de Marruecos”, así que tomé ese matiz para explicar las cosas. Cuando a uno de ellos les apareció la Sota de Bastos, supuse inmediatamente que se trataba de él mismo trabajando con los camellos, por ejemplo, dejando de lado el signficado más etéreo de la figura.

Fue una linda experiencia. Cada vez que les decía algo lo comentaban entre todos, tratando de explciarse entre ellos qué había querido decir yo, y aplicandolo en cosas reales. Cuando les hablaba de amor se tapaban la cara y se burlaban unos de otros. Al terminar las lecturas me dijeron La Especialist, o el fránces para La Especialista. Y Yuseff me dijo que dejaría los camellos para irse conmigo a Chile, y ayudarme a atender gente, así mientras yo les leía las cartas, él les servía té y acomodaba al resto.

Creo que esa noche en su totalidad ha sido lo más lindo, hasta ahora, del viaje. Después hicieron una fogata donde compartimos con todas las carpas, cantamos canciones y ellos deslumbraron con tambores, aplausos y bailes árabes. Ah! Y contaron chistes.

11.12.10

La era del Delirio

Se despertó en la mitad de la noche presa por una cierta incomodidad del dormir. Tomó un vaso de agua de la cocina y caminó hacia la terraza. La noche estaba tranquila, no había nadie más en la casa. Vestía sencillamente, como para dormir en medio del desierto. La laguna frente a ella reflejaba la noche sin luna, la brisa suavemente se deslizaba sobre el agua. No había nada ahí. Volvió a entrar para sentarse en el sofá del living, a la espera de que el sueño la regresara a su cama, pero el corazón le latía extraño, expectante. Pasaron varios minutos de calma antes de que las cosas fueran para su cerebro demasiado rápidas.

Ella no lo vio caminar hacia la casa, para entonces ya estaba acurrucada en un rincón. Antes había visto una chispa en medio de la laguna, y la confundió con una señal del sueño. Se acercó a la ventana y comprobó que la chispa era más bien una luz pequeñita, que no se apagaba, y que iba creciendo poco a poco perturbando la tranquilidad del agua. No sabía que lo que había visto era una energía buscabando recuerdos en el aire para poder armarse una piel humana, pues en cuanto ella posó sus ojos sobre el fenómeno, quedaron suspendidos sus pensamientos mientras él absorbía su memoria, y había entrado en un trance forzoso, que la protegía del evento del que estaba participando.

Cuando él logro finalmente pisar tierra firme, con huesos nuevos y mortalidad en marcha, ella ya estaba perdida dentro de su cabeza. Había intentado escapar, salir de la casa, correr hacia la ciudad. Pero el lugar se había transformado en un laberinto que la llevaba una y otra vez de vuelta hacia el living. Abría una puerta y ahí estaba la luz entrando por la ventana. Cerraba la puerta y a sus espaldas nuevamente la laguna. Ya no había arriba ni abajo, sólo un núcleo que se repetía y volvía a aparecer cada vez que abría una puerta. Ahora sólo existía para ella el momento en que había dado a luz a este ser.

Antes de perderse en su propia cabeza, había sentido lástima de sí misma, de la circunstancia que le sucedía. El desierto era siempre una buena escapatoria de los amantes que no se desligaban, de las promesas de amor y seguridad. Iba y volvía de la casa en la laguna para poder desconectarse de los otros. Y ahora, en este mismo escondite que la resguardaba de lo real, encontraba esta angustia echa luz, este sinsentido ante sus ojos, este laberinto. Pensó en su propia muerte antes de perderse, y se arrepintió: tal vez un hombre amable no era tan espantosamente desequlibrante como extraviarse en el desierto.

Cuando él entró por el balcón del primer piso, la encontró acurrucada en una esquina. Temblaba de miedo. Se acercó entonces, para mirar a su creadora. Ella no se resistió cuando él la obligo a ponerse de pie. Se miraron a los ojos y se encontraron a si mismos reflejados en el otro: él para poder ser en este mundo, había extraído de ella todo lo necesario. Ahora eran gemelos, eran los mismo. Ambos de abundante cabellera y ojos verdes. Él hombre, ella mujer.

  • Esta es la era del Delirio -dijo él, y le acarició la frente. Entonces ella volvió en sí.

Que espectacular sintió la realidad tras volver del inconsciente. Que hermosas las paredes, que perfectas las ventanas. Que amable este hombre que la miraba con ternura esperando algo.

Por supuesto, ella fue tan humana como le fue posible. Al descubrirlo desnudo y hermoso, su reacción fue única y predescible: lentamente se desprendió de la polera que llevaba, de la escasa ropa interior con la que despertó, luego se acercó a él y lo abrazó. Afuera, sobre la casa, una nube comenzó a tomar forma. Gorgoritos en el aire, movimientos bruscos de las fuerzas se fueron provocando y el viento se alzó sobre el desierto. Ella acarició sus hombros mientras sentía el calor que le estaba provocando, y entonces el primer rayo se hizo sentir sobre el suelo. Dentro de la casa se hizo de día por un segundo, armando un juego de sombras sobre sus caricias. Las nubes tomaron posesión del cielo, y la noche se hizo aún más oscura. Él, descubriéndo su nuevo cuerpo, deslizó las manos sobre su espalda, y al mismo tiempo sintió la tibieza de la caricia sobre la propia, el primer trueno retumbó sobre el desierto, las ventanas temblaron como si fuera la tierra las que las estuviera remeciendo, y así, roce por roce, ellos se fueron conociendo, porque cada caricia que daban, la sentían en carne propia, y la tormenta la celebraba.

Luego vino el momento de la boca. Ella se mojó los labios y él descubrió las bondades de la saliva. Ella se mordió con ternura, y él se acarició el lugar donde sentía sus dientes. El ruido del viento desprendiendo las tejas se hacía cada vez más poderoso mientras ellos se comían mutuamente, primero la boca, luego con ternura los lóbulos de las orejas. Los truenos eran más fuertes que sus gemidos, y los rayos más cercanos unos de otros, mientras ellos caían suavemente sobre la alfombra, besándose y tocándose. Luego descubrieron sus olores, desconocidos pero propios. Él con su lengua decidió saborear el rincón de la entrepierna que se le ofrecía, y ella hizo lo mismo, para poder seguir saboreándose en él.

La necesidad de seguir sintiendo el cuerpo sobre el cuerpo, el olor sobre el olor, los hizo ignorantes de la tormenta que derrumbaba la casa, de los temblores de la tierra, del desprenderse de los árboles del jardín y los muebles chocando con las paredes. Se penetraron el uno al otro sin reparar en la fuerza que los poseía. Las ventanas se trizaron para luego ser desprendidas por el viento. Los rayos cayeron sobre la casa, del techo quedaron sólo las estructuras básicas. En este acto se fueron perdiendo, dejando que el sueño los envolviera, percatándose sólo de los fluidos que dejaban deslizarse entre ellos. Hasta que el éxtasis fue absoluto: un orgasmo causó otro orgasmo, y así sucesivamente los dos se eyacularon y se recibieron infinitas veces, entonces todo se hizo viento, se hizo tierra. Y ellos se derritieron sin abandonar el vaivén, se transformaron en luz, brillaron una última vez, y luego desaparecieron.

1.10.10

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Estarías nervioso, señor, si ella se aventurara a rozarte el cinturón. No porque se muerda instintivamente el labio, ni porque su olor te trastorne. No. Estarías tiritando porque ella nunca dejaría de mirarte a los ojos mientras te desviste.

Te dirá que siempre te estuvo esperando, que le llamabas la atención ahí sentado, sin hablar. Sonreirá levemente antes de darte un beso, y después bailará lento sobre tu regazo. Te pedirá que le desabroches el sostén y te permitirá repartirle besos sobre los hombros. Luego se arrodillará y te tendrá entero en su boca. Desde el primer minuto estarás haciendo un esfuerzo para no eyacularle dentro.

Ella se vendrá, en cambio, tres veces. Primero se tocará para ti, luego te usará tendido sobre el piso. Tú única tarea será aguantar.

A la mañana siguiente, la encontrarás fumándose un porro a medio vestir, con el maquillaje perfectamente diluido sobre los pómulos. Compartirá un par de fumadas contigo, te sonreirá con cariño, te pedirá el número de teléfono y se irá sin tomar desayuno.

A la semana siguiente la verás susurrarle al oído a otra persona, a un tipo joven, y te hervirá el estómago de rabia, de vergüenza. Mientras las imágenes de su cuerpo irrumpen en tu memoria, pensarás que no fuiste suficiente, que debiste haberla llamado tú, que eres demasiado viejo, y que nunca más podrás tener a una mujer así, pues ahora, allá lejos, parece más interesada por la mano de ese otro que se posa sobre su rodilla.

Y antes de irse, antes de irse con él, se acercará a darte un beso en la mejilla y a preguntarte cómo estás. Sonreirás mientras te parte el corazón, y perderás la erección que has escondido toda la noche.

26.5.10

Te miran y te dicen:

- Cariño, necesitas ayuda.

Simplemente lo que sucede es que el corazón se te hizo una burbuja y ya no te cabe en el alma. Y presiona tanto que duele, y como si tuviera bordes se hace áspero y puntiagudo en las costillas.

Estás en estado de coma.

19.1.10

El riesgo

(de tenerme).

Y desear un beso en la mañana, un beso al anochecer. Querer que tu olor y mi olor lleguen a fusionarse tanto que podamos encontrarnos en nuestra propia saliva. Es arriesgado, mi amor; transformarnos en esa serpiente que se come la cola.
Pero es lindo, es rico.
¿Sabes por qué?
Porque tu mentón encaja perfecto sobre mis hombros, cuando nos acurrucamos y nos olvidamos de tener que no querernos.